EDUARDO
GARCÍA AGUILAR
(Manizales / París)
Selección de poemas
Foto tomada por
Lalo Borja frente a una antigua librería de la rue Vivienne (Abril de 2016)
CIUDAD
SEXUAL
Calles al mediodía untadas de aceite se difuminan
mientras un tren lleno de amantes
fluye sobre rieles abandonados
En el parque las palomas atacan algodones de azúcar
provocando un griterío de huérfanos
Una alondra no hace verano en las estepas
pero aquí en la ciudad del desierto
la humareda de las refinerías
anuncia lengüetas de fuego y ajetreo de turbinas
Con una botella de whisky a medioterminar
una joven deja a su paso las arañas de la suerte
que la persiguen como si fueran muchachos avorazados
Su sombra de jeans y cabellos despeinados
mira hacia los bares vacíos donde viejos con resaca
cuentan monedas oxidadas
Su cuerpo ha sido poseído todos estos días:
manos, bocas y piernas de muchachos
no han fatigado sus músculos
Los perros vagabundos duermen junto a la carnicería cerrada
mientras ella silenciosa y bella y aún sin bañar
deja que el olor de la noche pasada la arrulle sobre el prado
Alguien ha mordido sus muslos y desenredado sus greñas
en un baño turco con las puertas lacradas como carta de reyes
Su cuerpo trae el sonido de las tuberías calientes
toda ella cubierta por el vapor
mientras dragones alados saciaban su cuerpo de lirio
Abandonada momentáneamente a su soledad
podrá ahora al fin palpar las toallas recién desinfectadas
mientras en la otra cara del barrio ancianos reales
se dejan lamer por su terrible enfermedad de costumbre.
(De:
Llanto de la espada. México. 1984-1992)
WESTERN HOTEL II
A Mario Escobar Ortiz, In memoriam
En cada cuarto sudores y alegrías lágrimas y hastío
¿Cuántos murieron allí poco a poco en noches de exilio
esperando mensajes transatlánticos o nombramientos?
Agitados tal vez por la huída después de un crimen
o por el llanto del desamor con el cuerpo herido de abandono
Uno a uno miles tomaron la llave y subieron por escalinatas
sin oír el crujido de las maderas viejas y polvorientas
hambrientos o hastiados de hamburguesas baratas
mientras afuera en la calle Leavenworth zumbaba el viento
Arriba ellos a través de cortinajes amarillentos
con cigarrillo y dedos untados de nicotina
miraron el techo cegados por la bujía o la desnuda coreana
Recién llegados de un país lejano
casi siempre de Oriente o Europa o Sudamérica
o de alguna ciudad estadounidense con asesino múltiple
tiraron sus cuerpos sobre colchones fríos
como sudarios a la hora del amanecer y gritaron sin gritar
al preguntar por la razón de este incesante viaje
Ebrios o bajo el efecto de la yerba
pulidos marchitos hastiados de amor o deseantes
escucharon el rugir de la calle
y el ágil taconeo de los atracadores
En la esquina de los chinos alguien comió chop suey
y pagó tres dólares cincuenta con monedas
y más allá un negro vendió la última dosis
Pero también en el 507
dos alemanas bellas trenzaron sus cuerpos
en el 403 Phil y Michael mordieron sus cuellos sin condones
en el 201 la gorda suspiró por un camionero sucio
en el 101 Gina y Luis celebraron la adolescencia marchita
con tequila y sexo agitados lamiéndose sin percibir el hielo
Raúl se vino solo y gimió en éxtasis hambriento
El viejo solitario del 313 tosió y tosió hasta la muerte
mientras Georges el dueño seducía en la recepción
al efebo pirómano con palabras de huérfano griego
Cada día distinto e igual con su ir y venir de maletas
lavamanos goteantes duchas oxidadas sillas cojas
Frank Sinatra cantaba desde algún radio viejo
Humphrey Bogart y Lauren Bacall discutían
desde la pantalla chica
Cada noche en espera del nuevo aventurero
o del estafador húngaro de 38 años con su blues a cuestas
Desamados y amados y vueltos a amar y a desamar
en tránsito hacia la nada desde la nada y por nada
mientras sonaba la sirena de la ambulancia
con un nuevo cadáver hacia la morgue
o un pederasta recién acuchillado
entraba a la patrulla en Castro Street
Van Ness Leavenworth Market Mission Strawberry Hill
Tenderloin luces intermitentes en rascacielos
Bruma desde el Golden State y una luna gigantesca
Todo al unísono en el delirio del drogadicto del 707
una noche cualquiera de abril.
(De: Animal sin tiempo / 1993-2006)
DIVINA PRESENCIA
Imaginar su nombre o su olor
En la tarde del suburbio lejano
Donde su divina presencia de forastera
Pasa inadvertida como el vuelo de una gaviota.
Nadie sabrá lo que hará el tiempo de sus huesos
Ni de su carne ni de su mirada oblicua
Incómoda a las miradas que en el metro la captan
Más con estupor que deseo y algo de incredulidad.
Su rostro perfecto se refleja en la escotilla del vagón
En esta agitada tarde de ires y venires urbanos
Y nadie parece responder a las llamadas
que hace con impaciencia desde su celular rosado.
Sus uñas traen barnices quebrados y desgastados
De color granate oscuro, ajados tal vez de lavar platos
o comerse las uñas pensando en mundos perdidos.
Lleva chaqueta de cuero, blusa algo usada
De algodón color azul pálido
Y jeans ceñidos a sus muslos diminutos y torneados.
Su cabello fértil, castaño, desordenado
y tal vez no bañado desde hace días.
Alguna huella de sangre en su pantalón
Arisca y sin mirar a quien parece vigilarla con celo.
¿A dónde va? ¿De dónde viene?
¿Cuál es su precio?
¿O no tendrá precio alguno?
(París, 13-XI-2014)
EL ARCA DE
WADIS
Eduardo García Aguilar
Todo comenzaba apenas a inventarse en Manizales
y nombrábamos las cosas una a una por primera vez
bajo la luz de las luciérnagas del Monte del León y San Cancio
mientras las naves espaciales llegaban a la luna
y Janis Joplin gritaba en el espacio hacia lejanas galaxias.
Nadie tenía más de 15 años entonces pero la poesía recorría nuestras venas
pobladas por clones de Arthur Rimbaud, el hijo rebelde y fugitivo de
Charleville.
En las esquinas ya escuchábamos a Wadis Echeverri, muchacho cinco años mayor,
vestido de blanco, quien escandalizaba a la ciudad con sus versos
y era el terror de rectores, obispos, curas y madres de familia,
salvo su tía Adela que lo quería y lo entendía como a tantos imberbes amorosos
que hacían chillar las guitarras tocando Satisfaction de los Rolling
Stones.
Wadis aparecía en todas partes como saltimbanqui en zancos pirotécnicos
y en sótanos improvisados sonaba el estruendo de su banda de rock.
Rodeado por jóvenes escapadas de los colegios él era nuestra vanguardia
el líder máximo de los impúberes poetas y lo seguíamos dispuestos a volar por
las galaxias
en caballos de fuego enjalmados a la velocidad de la luz.
LEA EL POEMA COMPLETO EN EL SIGUIENTE ENLACE:
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Eduardo García Aguilar nació en Manizales (Colombia) el 7 de septiembre de 1953. Estudió
en la Universidad Nacional de Colombia y en la Universidad de Vincennes (Paris VIII) y luego vivió en Estados Unidos y
México. En la actualidad, reside en París. Ha publicado las novelas Tierra de leones (1986), Bulevar de los héroes (1987), El viaje triunfal (1993) y Tequila Coxis (2003), así como Urbes luminosas (relatos, 1991), Llanto de la espada (poemas, 1992), Animal sin tiempo (poemas, 2006), Celebraciones y otros fantasmas: una
biografía intelectual de Álvaro Mutis (1993), Delirio de San Cristóbal. Manifiesto
para una generación desencantada (1998) y Voltaire, el festín de la inteligencia (2005). Algunos de sus
libros fueron traducidos al inglés, francés y bengalí. En 2016 publicó en
Madrid Paris exprés. Crónicas parisinas
del siglo XXI en la editorial Verbum de Madrid. En 2017 Uniediciones
publicó en Bogotá La música del juicio
final. Poesía completa (1974-2016).